LEYENDAS URBANAS
Las leyendas urbanas son esas historias que circulan de boca en boca (hoy en día casi sería más apropiado decir de monitor en monitor), y que mucha gente da por descontado que son ciertas.
Por ejemplo, es famosa en todo el mundo la leyenda de que Walt Disney está congelado en espera de una cura para el cáncer. Esta, como la mayoría de las leyendas urbanas, es falsa. También es muy popular en USA aquélla que dice que las cloacas de Nueva York están infestadas de cocodrilos, porque un matrimonio, cansado de tener uno de ellos como mascota, lo arrojó por el inodoro.
Es sorprendente la capacidad de construcción que posee el inconsciente para canalizar los miedos colectivos, corporizándolos en historias absolutamente inverosímiles.
Jan Harold Brunvand, escritor y profesor en la Universidad de Utah (USA), reconocido investigador del misterio de las leyendas urbanas, sostiene que sirven como fábulas contemporáneas, pulsando nuestros miedos sobre el sexo, el crimen, grupos étnicos foráneos, la tecnología, la gente, u organizaciones poderosas.
Nuestra propia galería de leyendas urbanas tiene reservado un lugar de privilegio para el Fondo Monetario Internacional, monstruo de ferocidad sólo comparable a los “Gurbos”, bestias invencibles que invadían nuestro planeta, en aquella historieta de culto que fue “El eternauta”, surgida del genio del inolvidable Héctor Oesterheld y de Alberto Breccia.
Durante el último medio siglo, en efecto, la clase política vernácula, salvo honrosas excepciones, se ha dedicado con esmero digno de mejor causa, a consagrar al FMI como el chivo expiatorio de su propia incompetencia y oportunismo, alimentando la construcción de una verdadera bestia negra, hasta constituirlo en una auténtica leyenda urbana. Sería injusto no reconocer que su prédica encontró campo fértil en la tendencia endémica de nuestra sociedad, incondicionalmente dispuesta a descargar la culpa colectiva en un agente externo particular, conducta tan arraigada que mereceríamos la membreciá dorada de “The Scapegoat Society” (La Sociedad del Chivo Expiatorio), creada en Gran Bretaña en 1997, para estudiar el fenómeno y ofrecer ayuda a las víctimas de esa patología.
Con la cancelación anticipada de u$s 9.800 millones que adeudábamos a los muchachos de Rodrigo de Rato, a quien seguramente beneficiaremos con un reconocimiento internacional por la meritoria performance de haberle cobrado a un deudor fallido, la totalidad de sus acreencias por anticipado, pronto echaremos de menos las tradicionales celebraciones telúricas de nuestro propio “Día de la Expiación”, en las que, como el Sumo Sacerdote en la práctica ritual de los antiguos judíos, hemos purificado por décadas nuestras culpas, sacrificando al macho cabrío, encarnado en el FMI.
Nuestro país se incorporó al Fondo Monetario Internacional en 1956, habiendo firmado desde entonces 25 acuerdos con el organismo, sin haber cumplido ninguno. Desde esta perspectiva, parece difícil sostener que nuestro fracaso económico obedezca a imposiciones del Fondo, ya que los 25 incumplimientos hablan elocuentemente de una tan tenaz como exitosa resistencia a seguir sus recetas. Paradójicamente, la administración Kirchner es la única en medio siglo, que ha sobrecumplido sus crónicas recomendaciones de ajuste fiscal ortodoxo, encarnadas en la necesidad de alcanzar superávit en el manejo de las cuentas públicas, logro que, por otra parte, constituye uno de los pilares de la fuerte recuperación económica experimentada en los últimos tres años, principal activo de su gestión.
Cuando se analiza la desbordante capacidad del gobierno para generar paradojas, resulta difícil sustraerse a la tentación de evocar a George Orwell. Uno de los pilares que sustentaban la consolidación del poder autoritario, que tan admirablemente supo describir en “1984”, era el “doblepensar”, definido como la facultad de cambiar de idea al compás de las consignas oficiales. Así, un objeto blanco puede ser negro, si el poder dice que es negro, y la tarea del buen militante (y, por ende, del buen “doblepensador”) estriba en adquirir la habilidad mental necesaria para convencerse a sí mismo de cuándo un objeto blanco, es negro.
El cuidado montaje escenográfico que enmarcó el anuncio del pago anticipado de la deuda con el FMI, estuvo a la altura de la gran fábula. Inspirado, tal vez, en, aquella genial herramienta intelectual imaginada por Orwell, que permitía a los individuos mantener ideas contradictorias liberándolos del fastidioso cepo de la coherencia, asistimos a la ficción de un acto fundacional, orientado a cambiar el curso de la historia, que hubiera despertado la envidia de los padres de la patria. Lo cierto es que el presidente Néstor Kirchner no hizo otra cosa que acceder a una pública exigencia del Fondo, expresada en junio pasado, como cualquiera puede verificar consultando la pagina web del organismo. Curioso país el nuestro, donde los mismos protagonistas del patético mamarracho del festejo del default, celebraron con indescriptible algarabía la exigida cancelación anticipada de la deuda con el FMI, junto a las madres que enfrentaron a la dictadura, cuyos hijos murieron para no pagarle.
Hace algo más de un año y medio, nuestro país no aceptó las exigencias del organismo para firmar un nuevo acuerdo, y decidió cancelar sus obligaciones pendientes en los plazos originales, como lo vino haciendo hasta diciembre último Desde entonces, dejó de estar sujeto a condicionalidad alguna en la formulación de su política económica, situación que no se hubiera alterado si se mantenía el flujo de pagos en los términos pactados. Constituye, en tal sentido, una falacia, presentar la innecesaria cancelación anticipada como una gesta épica de la lucha por la soberanía nacional. El propio Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, a quien el gobierno exhibe con orgullo como un aliado calificado de su visión heterodoxa del mundo financiero internacional, acaba de reconocer en el Foro de Davos, que sería un error pensar que el país haya recuperado su soberanía económica por haber cancelado su deuda con el FMI.
A excepción del rédito demagógico, en gran medida derivado de una estimulada confusión generalizada, que asimila los compromisos con el FMI con el total del endeudamiento público, del cual aquél representaba, sin embargo, sólo el 8%, cuesta encontrar buenas razones para el capricho.
El arrebato presidencial, disparado intempestivamente por la paralela decisión de Brasil, fue tan improvisado que descolocó al propio presidente del Banco Central. El pobre Redrado, más allá de sus piruetas oratorias, encontrará difícil explicar su disciplinada aprobación al manotazo de la Casa Rosada, que le sustrajo un tercio de los u$s 27.000 millones de reservas con que contaba, justo cuando su Modelo de Gestión Optima de Reservas, que con orgullo exhibía la página web del organismo, recomendaba la necesidad de alcanzar un nivel de u$s 30.000 millones (?). Más allá de revelar su condición de aventajado “doblepensador”, el episodio desnuda el avasallamiento de la independencia del Banco Central, condición esencial para ser considerado un país serio y previsible por quienes orientan el destino de los flujos de inversión de riesgo.
A pesar de los esfuerzos oficiales por intentar convencernos de lo contrario, la simultaneidad del pago anticipado es el único denominador común con la decisión adoptada por Lula. Para Brasil, constituye la cancelación de una ayuda excepcional requerida para solventar su última crisis, la resultante natural de una estrategia económica que ha alcanzado su madurez, en armonía con su inserción creciente en los mercados financieros mundiales, a los que puede acudir irrestrictamente, con el grado de libertad que le otorga la condición de haber honrado sus compromisos. El mundo financiero ha leído correctamente que en ese caso el vector de la decisión fue de la economía a la política, mientras que en el nuestro, fue a la inversa. Quienes siguen nuestra evolución economica desde el exterior, no alcanzan a entender la ventaja de adelantar pagos al Fondo, endeudándose con Hugo Chavez, al doble de costo, aumentando la vulnerabilidad externa por la caída de un tercio de las reservas, para un país todavía convaleciente, como el nuestro. Las señales son inapelables, la brecha del riesgo país entre Argentina y Brasil se ha ampliado desde los anuncios: el nuestro creció mientras el de nuestros vecinos bajó.
Simultáneamente, la estrategia oficial de recuperar rápidamente el nivel de reservas previo a la cancelación, mediante la compra de dólares con emisión, empieza a mostrar su precariedad, en términos de aceleración del ritmo inflacionario.
La actitud complaciente de amplios sectores sociales, entre tanto, parece dar razón a la convicción de Nietzsche, en cuanto a que la mayoría no busca la verdad, sino sólo la creencia satisfactoria. De no ser así, algunas voces hubieran alertado que nueve millones de futuros jubilados, aportantes de las AFJP, que sufrimos la expropiación del 70% de nuestros ahorros, en condición de tenedores de deuda argentina, mediante lo que el discurso oficial se envanece en calificar como la mayor quita de la historia, sin siquiera haber sido consultados, hemos contribuído a hacer realidad esta fantasía presidencial. Sería justicia que al menos nos lo reconocieran.